Por Claudio Scaletta* para El Destape
No se puede juzgar el presente sin el pasado, es una ficción. Si a alguien no le gusta tener de nuevo al FMI monitoreando la política económica, pero votó al macrismo en 2015 y en 2017, o bien sostuvo a los cuatro vientos que peronismo y neoliberalismo eran lo mismo, debe saber que lo que hoy sucede también es su responsabilidad.
La actual relación de dependencia financiera inducida por el inmenso endeudamiento fue la recaída más anunciada de la historia económica local. Y una vez más le toca al verdadero peronismo resolver los problemas financieros heredados por la experiencia de quienes, en el llano, se autoperciben como los guardianes de la austeridad y las cuentas ordenadas, pero que, cuando gobiernan, se entregan con fruición al endeudamiento en moneda dura.
No debe olvidarse que el macrismo llegó hasta el extremo de dolarizar deuda en pesos intra sector público, lo que en materia financiera fue el colmo de mala praxis. Por ello no deja de sorprender que a pesar del padecimiento diario de los efectos de las políticas 2016-19 una parte de la población continúe negando la magnitud del daño. Bien mirado debe ser insoportable asumir la responsabilidad.
Y la palabra clave es “responsabilidad”. Resulta muy fácil dedicarse a listar la sumatoria de efectos negativos implícitos en cualquier programa con el FMI, con la espada de Damocles de las revisiones trimestrales a la cabeza, y sugerir el menor costo vis a vis a no acordar para, con mística y patriotismo, soportar luego la tormenta que ello desataría. También es una falta de memoria absoluta.
No hace falta ser un experto en finanzas para comprender que en una economía bimonetaria, en la que el dólar funciona como reserva de valor, y con Reservas Internacionales netas del Banco Central prácticamente nulas, si el Presidente hubiese anunciado una ruptura con el Fondo, la cotización del dólar hubiese explotado por los aires y sin red, es decir sin un horizonte de estabilización a la vista.
Probablemente el lector ya lo sepa por experiencia, pero una devaluación provoca un salto inflacionario y el consecuente desplome generalizado del poder adquisitivo del salario. El efecto inmediato es una caída de la demanda agregada y una fuerte recesión, es decir un extendido malestar para la mayoría de la población que destruye la sustentabilidad política de cualquier oficialismo. No son elucubraciones, sino lo que sucedió una y otra vez en la triste historia económica local.
Debe decirse y dejarse asentado que un gran acierto del actual gobierno fue no haber sucumbido a los cantos de sirena de quienes, desde distintos lugares ideológicos, sugerían la medicina medieval del salto devaluatorio.
Y también debe decirse que la alternativa de “no arreglar” no constituye una imposibilidad, pero sí que demanda un consenso político entre oficialismo y oposición que hoy no existe, más bien todo lo contrario, como lo demostró la votación del Presupuesto. Iniciar un enfrentamiento abierto contra el poder financiero internacional desde una situación de debilidad política relativa habría sido una alternativa bien zonza.
Recapitulando, nadie que milite en el campo nacional y popular desea voluntariamente tener al FMI adentro de su economía, pero el dato desagradable con el que asumió el gobierno del Frente de Todos es que el FMI ya estaba y que la magnitud de la deuda impedía jugar “la gran Néstor”, es decir pagarle lo adeudado y decirle que se vaya. En términos históricos la herencia del macrismo, que muchos de sus acólitos seguramente reivindicarán, puede resumirse en un solo dato: dejar al FMI adentro. Por eso la alternativa real de política del gobierno del Frente de Todos, que no siempre coincide con los deseos, consistía en conseguir el acuerdo menos malo posible.
Responder qué significa el acuerdo “menos malo” tratándose del FMI no es una tarea compleja: se trata del que menos interfiere en las políticas de crecimiento y el que minimiza las condicionalidades, es decir las eufemísticamente llamadas reformas estructurales, léase destrucción de capacidades estatales en materia previsional y de regulación del mundo del trabajo. Si se siguen las palabras del Presidente el acuerdo no impondrá restricciones de corto plazo, no supondrá un recorte inmediato del Gasto, ni mochar los planes de obra pública.
Tampoco propone, como casi siempre sugería el Fondo, un salto devaluatorio, ni recorte en las jubilaciones, ni reforma laboral. La idea subyacente parece recoger la tradición del kirchnerismo según la cual “los muertos no pagan”, se necesita crecer para poder pagar, la única solución posible y razonable.
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En cuanto a los aspectos técnicos del acuerdo, aquellos cuyo racconto hace perder lectores en el camino, se destaca una senda no draconiana de disminución anual del déficit fiscal, empezando por un -2,5 este año, -1,9 en 2023 y -0,9 en 2024.
El acuerdo será por 45 mil millones de dólares, una cifra que dados los pagos ya realizados excede los vencimientos, lo que se traduciría en la anunciada acumulación de reservas por alrededor de 5 mil millones. También implicará una reducción progresiva del financiamiento monetario del BCRA al Tesoro para llegar a cero en 2025. Y lo que es una buena noticia, se buscará establecer tasas de interés reales positivas, lo que redundará en un fortalecimiento del peso. Lo expuesto son metas, todavía resta definir la instrumentación.
Finalmente se destaca que no pagar no era razonable en términos de costos asociados. Y a pesar de los ríos de tinta soberanista, tampoco era legítimo. La deuda macrista se tomó en su momento con consenso opositor. El pago a los fondos buitre que fungió de disparo de largada obtuvo el voto afirmativo de dos tercios de la cámara de Diputados y tres cuartos del Senado. Luego, el regreso al FMI fue una decisión de Estado.
No debe olvidarse que cuando una porción de la oposición, el por entonces bloque kirchnerista, llamó a una sesión legislativa extraordinaria para tratar ese regreso ni siquiera consiguió quorum. Por supuesto que el megacrédito concedido al macrismo fue una decisión política principalmente estadounidense, exactamente como todas las decisiones del FMI. Aunque suene redundante, el análisis económico siempre debe tener como base el comportamiento histórico real de los actores, no alcanza con imaginar mundos ideales y menos basarse en deseos.
La triste realidad, esa que no tiene remedio, es que existió un bloque histórico que apoyó cerradamente las políticas del macrismo cuyo núcleo fue el endeudamiento. Hoy toca pagar las consecuencias de la manera menos gravosa para el conjunto de la población, tarea que en la historia del siglo XXI le toca al peronismo.
*Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017).